domingo, 24 de marzo de 2013

El 24 de Marzo y los dos demonios

Creemos indispensable aportar una pizca a la vasta cantidad de condimentos diversos y de todas las procedencias que se entremezclan para articular una necesaria reflexión. Muchas de las especias añadidas deterioran la composición final y, así sin más, sobran. Otras, al contrario, aportan matices y colores indispensables. Por último, algunas, basándose en las indispensables no hacen más que aumentar la porción, pero sin agregar nada nuevo. Bajo esta categoría se encuentra, sin dudas, este escrito, que no hará más que basarse y compendiar adobos varios simplemente con el objetivo de informar y generar una duda (o “hambre”, como para continuar con la idea) que posibilite un futuro interés por conocer, y, cómo no hacerlo, sentar una posición determinada sobre este ineludible tema. Antes y mientras lo hacemos, repasemos un poco la historia que le dio lugar.
En marzo del ’76, una junta militar conformada por los tres comandantes en jefe de las fuerzas armadas daba un golpe de estado, el cual, años más tarde, sería presentado como el desenlace de una escalada de violencia de grupos de extrema izquierda y grupos de extrema derecha. Esto se conoció como la Teoría de los dos Demonios y apareció en el Prólogo del Nunca Más, adjudicándosele su invención a Ernesto Sabato. El panorama de entonces, bajo esta concepción, era una guerrilla por un lado, los militares por el otro y, en el medio, la gran masa del pueblo inocente. De esta teoría, a pesar del tiempo transcurrido y demostrando la hegemonización del conocimiento que genera el machaque comunicacional, quedan resabios hasta hoy. Inconscientes o conscientes, según el caso, pero siempre funcionales. Pero no nos adelantemos y volvamos al no tan lejano ’76.
Gobernaba el país María Estela Martínez de Perón. Isabelita. Los problemas económicos en los que se sumía el país por la mala gestión y la mencionada guerrilla hicieron que los militares, arengados por los empresarios y la clase alta, y con un apoyo social notable, se vieran capacitados para tomar el poder e instaurar otro gobierno de facto que, a fin de cuentas, no resultó ser sólo “otro”. Aquí, según varios autores, se ve una de las tantas fallas de la escuetamente presentada Teoría de los dos Demonios, que absuelve a la población. El golpe fue apoyado por un gran espectro de la sociedad y poco se ha reflexionado sobre esta complicidad.
Desde el Estado se impartió una violencia que no deja de estremecer e indignar. Parafraseando a José Pablo Feinmann, una violencia más horrorosa que en Auschwitz, ya que allí no era esencial la tortura (o como se la intenta categorizar desde algunos sectores: la “extracción de información”). A partir de aquí pasarían a ser moneda corriente los secuestros y la persecución, los campos de concentración, las torturas y el exilio. Los comunicados y las patotas deambulando, las zonas liberadas, los falcon verdes y quienes no están vivos ni muertos, están desaparecidos. El robo de identidades que aún hoy se siguen buscando, el arrojado de personas vivas (porque si había algo que estaban estas personas, a pesar de sesiones interminables de las picanas en los genitales, de los submarinos, de los simulacros de fusilamientos,  de las golpizas y las violaciones, del hambre; si había algo que estaban era vivos) desde aviones al mar, el miedo. El miedo como denominador común y siempre ahí, amenazante, diciéndote “no te metas”, si cayeron es porque “algo habrán hecho”.


Y los resabios de este miedo, tal vez ahora un poco menores, continúan. Y los faltantes, nunca menos, también se hacen sentir. Por ellos resulta indispensable desmentir hasta el cansancio la teoría de los dos demonios. Porque sólo hubo un demonio, que mutó de formas manteniendo la esencia. Difícil es atreverse a explicar esto para alguien que ha leído la carta de Dilma Borges Viera, tupamara, que se recoje en Libro de Manuel, de Julio Cortazar. Íntegramente su contenido es de una riqueza incalculable, y, quizá, el que reproduciremos a continuación es su pasaje más famoso. Es importante darse cuenta de que la violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante comprender quien pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella. Si comenzamos a retroceder en busca de la génesis de la violencia que el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” viene a pacificar, podremos hacerlo hasta los albores de la humanidad. Pero partamos de Perón y, antes de él, mencionemos la semana roja y las masacres de obreros en 1909, la Patagonia Rebelde en 1921, la década infame y la prostitución del país. Con la llegada de Perón, el movimiento obrero es incluido a la vida política y a la distribución económica y, así, puede abandonar su histórico sitial al lado del “camino principal”. Comienza un período de industrialización y reivindicación de derechos de los trabajadores, acompañado de una bonanza económica producto de las crisis de las potencias debido la Segunda Guerra Mundial. Como es de suponer, este nuevo “sujeto histórico” no entraba en el marco de los conservadores y liberales, por lo que comienzan a desarrollarse actos terroristas por parte de los “Comando Cíviles” desde 1951, llegando a producirse el 16 de junio de 1955 el bombardeo a la Plaza de Mayo en un intento de golpe de estado, donde murieron muchísimas personas que se encontraban en una manifestación en defensa del gobierno peronista. Si hay que elegir un punto de partida para la violencia, este es el más indicado. A partir del posterior derrocamiento de Perón, y ya con Aramburu en el gobierno y Perón en el exilio, se proscribió el peronismo. Fueron múltiples décadas de dictaduras y gobiernos “constitucionales” en los que la mayoría no tenía su representación política. Hubo intentos de alzamientos contra el orden impuesto, pero resultaron ferozmente aniquilados. Por ejemplo el levantamiento encabezado por Juan José Valle, que acabó con la vida de los militares que se alzaron por orden de Aramburu y además dio lugar a una serie de fusilamientos clandestinos en un basural de José León Suárez. Rodolfo Walsh, quién recogió los testimonios de los sobrevivientes y realizó Operación Masacre, escribirá que se sintió insultado cuando se entrevistó con Juan Carlos Livraga, uno de los sobrevivientes, y vio el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Porque, por duros que puedan ser los relatos, es necesario conocerlos e indignarse, afligirse y sufrir vergüenza. Sentir la ignominia de la impunidad y el abuso perpetrados. La enumeración de hechos que generaron la violencia podría seguir, pero confiamos que el lector ya entiende la idea.
Y, sin entrar en un debate más que complejo sobre la lucha armada y la legitimidad de la violencia contra el opresor, y por si queda alguna duda de la inconsistencia de esta teoría de Sabato, el poeta Juan Gelman (dicho sea de paso, la dictadura asesinó a sus hijos y robó la identidad de su nieta, con quien se encontraría recién en el año 2000) nos cuenta en una entrevista que según el Ejército los guerrilleros eran mil quinientos aproximadamente. Los desaparecidos son treinta mil. Treinta mil personas entre las que estaban los que discutían como llegar a un mundo más justo y poseían una voluntad de cambio que fue truncada con el golpe, los que denunciaban las injusticias, y los parientes y conocidos de estos mártires.
Más pruebas en contra de la teoría de los dos demonios las da uno de los hombres fuertes del Proceso, el ex dictador Jorge Rafael Videla, quien, hace algunos meses dio una entrevista al semanario español “Cambio 16”. En la entrevista dice claramente que la guerrilla sufre importantísimas bajas en 1975 en el marco del Operativo Independencia (en el caso particular de Tucumán) y en todo el país bajo la orden del poder ejecutivo (en ese entonces en manos de Ítalo Luder, por estar Isabel Perón con licencia) de aniquilar la subversión. En este contexto ya se practicó la detención sin proceso, las torturas y las ejecuciones. Todo esto se sistematizaría a partir de marzo del ’76.
Quizás sea conveniente recordar la utilización del término “subversivo”, que no era aplicado solamente a los combatientes de las organizaciones armadas, sino también a todo aquel que tuviera una ideología “extranjerizante”  que buscara socavar los cimientos occidentales y cristianos del país. Bajo este argumento fueron desaparecidos intelectuales, estudiantes, profesionales y, en un número enorme, delegados sindicales que, subversivamente, luchaban por mejoras en las condiciones laborales de sus compañeros. Para terminar de comprender el ánimo reinante en las FFAA, el brazo ejecutor de la derecha argentina y sus aliados imperiales, citaremos al general Saint Jean, gobernador de facto de la Provincia de Buenos Aires, diciendo sobre su accionar en el futuro cercano: “Primero mataremos a los subversivos, después a sus cómplices, después a sus amigos, después a sus familiares, después a los indiferentes y por último a los tímidos”.
No mencionamos nada de los lineamientos económicos y los cambios de paradigma que produjo "el proceso", introduciéndonos en un neoliberalismo del que aún no acabamos de salir y destruyendo un país relativamente industrializado. Quedará para otra ocasión, que la habrá ya que no está permitido olvidar. La lucha por la memoria es un deber irrenunciable que no debe quedar limitada sólo al 24 de marzo.
En esta historia se cometieron muchos errores, chocaron infinidad de verdades, pero la Muerte siempre vistió de uniforme.

Artículo escrito por: Juan Beret - Ramiro Casal para la Revista SinRazón

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