En
marzo del ’76, una junta militar conformada por los tres comandantes en jefe de
las fuerzas armadas daba un golpe
de estado, el cual, años más tarde, sería presentado como el desenlace de una
escalada de violencia de grupos de extrema izquierda y grupos de extrema
derecha. Esto se conoció como la
Teoría de los dos Demonios y apareció en el Prólogo del Nunca
Más, adjudicándosele su invención a Ernesto Sabato. El panorama de entonces,
bajo esta concepción, era una guerrilla por un lado, los militares por el otro
y, en el medio, la gran masa del pueblo inocente. De esta teoría, a pesar del
tiempo transcurrido y demostrando la hegemonización del conocimiento que genera
el machaque comunicacional, quedan resabios hasta hoy. Inconscientes o
conscientes, según el caso, pero siempre funcionales. Pero no nos adelantemos y
volvamos al no tan lejano ’76.
Gobernaba
el país María Estela Martínez de Perón. Isabelita. Los problemas económicos en
los que se sumía el país por la mala gestión y la mencionada guerrilla hicieron
que los militares, arengados por los empresarios y la clase alta, y con un
apoyo social notable, se vieran capacitados para tomar el poder e instaurar
otro gobierno de facto que, a fin de cuentas, no resultó ser sólo “otro”. Aquí,
según varios autores, se ve una de las tantas fallas de la escuetamente
presentada Teoría de los dos Demonios, que absuelve a la población. El golpe fue apoyado por un gran espectro de la sociedad y poco se ha
reflexionado sobre esta complicidad.
Desde
el Estado se impartió una violencia que no deja de estremecer e indignar.
Parafraseando a José Pablo Feinmann, una violencia más horrorosa que en Auschwitz,
ya que allí no era esencial la tortura (o como se la intenta categorizar desde
algunos sectores: la “extracción de información”). A partir de aquí pasarían a
ser moneda corriente los secuestros y la persecución, los campos de
concentración, las torturas y el exilio. Los comunicados y las patotas
deambulando, las zonas liberadas, los falcon verdes y quienes no están vivos ni muertos, están desaparecidos. El robo de
identidades que aún hoy se siguen buscando, el arrojado de personas vivas
(porque si había algo que estaban estas personas, a pesar de sesiones
interminables de las picanas en los genitales, de los submarinos, de los
simulacros de fusilamientos, de las golpizas y las violaciones, del
hambre; si había algo que estaban era vivos) desde aviones al mar, el miedo. El
miedo como denominador común y siempre ahí, amenazante, diciéndote “no te
metas”, si cayeron es porque “algo habrán hecho”.
Y
los resabios de este miedo, tal vez ahora un poco menores, continúan. Y los
faltantes, nunca menos, también se hacen sentir. Por ellos resulta
indispensable desmentir hasta el cansancio la teoría de los dos demonios.
Porque sólo hubo un demonio, que mutó de formas manteniendo la esencia. Difícil
es atreverse a explicar esto para alguien que ha leído la carta de Dilma Borges
Viera, tupamara, que se recoje en Libro de Manuel, de Julio Cortazar.
Íntegramente su contenido es de una riqueza incalculable, y, quizá, el que
reproduciremos a continuación es su pasaje más famoso. Es importante darse cuenta de que la violencia-hambre, la
violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la
violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la
violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante
comprender quien pone en práctica la violencia: si son los que provocan la
miseria o los que luchan contra ella. Si comenzamos a retroceder en
busca de la génesis de la violencia que el autodenominado “Proceso de
Reorganización Nacional” viene a pacificar, podremos hacerlo hasta los albores
de la humanidad. Pero partamos de Perón y, antes de él, mencionemos la semana
roja y las masacres de obreros en 1909, la Patagonia Rebelde
en 1921, la década infame y la prostitución del país. Con la llegada de Perón,
el movimiento obrero es incluido a la vida política y a la distribución
económica y, así, puede abandonar su histórico sitial al lado del “camino
principal”. Comienza un período de industrialización y reivindicación de
derechos de los trabajadores, acompañado de una bonanza económica producto de
las crisis de las potencias debido la Segunda Guerra Mundial. Como es de suponer, este
nuevo “sujeto histórico” no entraba en el marco de los conservadores y
liberales, por lo que comienzan a desarrollarse actos terroristas por parte de
los “Comando Cíviles” desde 1951, llegando a producirse el 16 de junio de 1955
el bombardeo a la Plaza
de Mayo en un intento de golpe de estado, donde murieron muchísimas personas
que se encontraban en una manifestación en defensa del gobierno peronista. Si hay que elegir un punto de partida para la
violencia, este es el más indicado. A partir del posterior
derrocamiento de Perón, y ya con Aramburu en el gobierno y Perón en el exilio,
se proscribió el peronismo. Fueron múltiples décadas de dictaduras y gobiernos
“constitucionales” en los que la mayoría no tenía su representación política.
Hubo intentos de alzamientos contra el orden impuesto, pero resultaron
ferozmente aniquilados. Por ejemplo el levantamiento encabezado por Juan José
Valle, que acabó con la vida de los militares que se alzaron por orden de
Aramburu y además dio lugar a una serie de fusilamientos clandestinos en un
basural de José León Suárez. Rodolfo Walsh, quién recogió los testimonios de
los sobrevivientes y realizó Operación Masacre, escribirá que se sintió
insultado cuando se entrevistó con Juan Carlos Livraga, uno de los
sobrevivientes, y vio el agujero en la
mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos
opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Porque,
por duros que puedan ser los relatos, es necesario conocerlos e indignarse,
afligirse y sufrir vergüenza. Sentir la ignominia de la impunidad y el abuso
perpetrados. La enumeración de hechos que generaron la violencia podría seguir,
pero confiamos que el lector ya entiende la idea.
Y,
sin entrar en un debate más que complejo sobre la lucha armada y la legitimidad
de la violencia contra el opresor, y por si queda alguna duda de la
inconsistencia de esta teoría de Sabato, el poeta Juan Gelman (dicho sea de
paso, la dictadura asesinó a sus hijos y robó la identidad de su nieta, con
quien se encontraría recién en el año 2000) nos cuenta en una entrevista que
según el Ejército los guerrilleros eran mil quinientos aproximadamente. Los
desaparecidos son treinta mil. Treinta mil personas entre las que estaban los
que discutían como llegar a un mundo más justo y poseían una voluntad de cambio
que fue truncada con el golpe, los que denunciaban las injusticias, y los
parientes y conocidos de estos mártires.
Más
pruebas en contra de la teoría de los dos demonios las da uno de los hombres
fuertes del Proceso, el ex dictador Jorge Rafael Videla, quien, hace algunos
meses dio una entrevista al semanario español “Cambio 16” . En la entrevista dice
claramente que la guerrilla sufre importantísimas bajas en 1975 en el marco del
Operativo Independencia (en el caso particular de Tucumán) y en todo el país
bajo la orden del poder ejecutivo (en ese entonces en manos de Ítalo Luder, por
estar Isabel Perón con licencia) de aniquilar la subversión.
En este contexto ya se practicó la detención sin proceso, las torturas y las
ejecuciones. Todo esto se sistematizaría a partir de marzo del ’76.
Quizás
sea conveniente recordar la utilización del término “subversivo”, que no era
aplicado solamente a los combatientes de las organizaciones armadas, sino
también a todo aquel que tuviera una ideología “extranjerizante” que
buscara socavar los cimientos occidentales y cristianos del país. Bajo este
argumento fueron desaparecidos intelectuales, estudiantes, profesionales y, en
un número enorme, delegados sindicales que, subversivamente, luchaban por
mejoras en las condiciones laborales de sus compañeros. Para terminar de
comprender el ánimo reinante en las FFAA, el brazo ejecutor de la derecha
argentina y sus aliados imperiales, citaremos al general Saint Jean, gobernador
de facto de la Provincia
de Buenos Aires, diciendo sobre su accionar en el futuro cercano: “Primero
mataremos a los subversivos, después a sus cómplices, después a sus amigos,
después a sus familiares, después a los indiferentes y por último a los
tímidos”.
No
mencionamos nada de los lineamientos económicos y los cambios de paradigma que
produjo "el proceso", introduciéndonos en un neoliberalismo del que
aún no acabamos de salir y destruyendo un país relativamente industrializado.
Quedará para otra ocasión, que la habrá ya que no está permitido olvidar. La
lucha por la memoria es un deber irrenunciable que no debe quedar limitada sólo
al 24 de marzo.
En
esta historia se cometieron muchos errores, chocaron infinidad de verdades,
pero la Muerte
siempre vistió de uniforme.
Artículo escrito por: Juan Beret - Ramiro Casal para la Revista SinRazón
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